Seminario “Desarrollo Profesional Docente”: un reflejo de la carencia de diálogo en nuestro sistema

Foto: Daniela Medina.


Columna de opinión

Teresa Flórez, académica del Departamento de Estudios Pedagógicos, cuenta su experiencia en un evento del pasado 9 de octubre.

Por Teresa Flórez

El pasado jueves 9 de octubre asistí a dos sesiones del seminario “Desarrollo Profesional Docente”, organizado por el Colegio de Profesores, al cual estaban invitados diversos expertos sobre el tema, quienes se esperaba motivaran el debate en torno a la carrera docente. La mayoría de los asistentes eran profesores, que habían ido desde diferentes localidades del país hasta Santiago para participar de la discusión. Me parecía importante estar allí para escuchar la perspectiva de los profesores sobre el tema, que suele ser la menos escuchada en el discurso público. Además, como académica de formación inicial, me parecía fundamental integrarme al intercambio de perspectivas.

La primera sesión giró en torno al tema “Formación inicial docente para una nueva educación”. En ella expusieron José Miguel Araya, de la USACH, Cristián Cox, de la PUC, y Jaime Espinosa, de la UMCE. El moderador fue Mario Astorga, quien recibió los elogios de Araya y el aplauso de la audiencia, cuando se mencionó su participación como Ministro de la Unidad Popular. La exposición de Araya destacó por la presentación de un modelo concreto de formación de profesores, basado en la práctica, que rescata la vocación temprana de los escolares por la carrera docente, entendida como un compromiso con la justicia social y que tiene el impacto comunitario como centro.

Junto con ello, el modelo se hace cargo de generar carrera docente en la universidad, dada la ausencia de ésta en el sistema educativo actual. A continuación, si bien fueron diferentes en términos de la mayor o menor presencia de una base teórica, tanto Espinosa como Cox se refirieron a lo que debería esperarse del docente del siglo XXI, dadas las condiciones actuales. Se habló de un docente que debe ofrecer un servicio, que debe tener responsabilidad social y adaptarse a los cambios; ser capaz de motivar a alumnos rodeados hoy en día por otro tipo de estímulos; ajustarse a las necesidades de la sociedad actual; ser capaz de: comunicar currículos más complejos, lograr aprendizajes en todos los alumnos, asumir diversos roles, responder a las exigencias de la rendición de cuentas, desarrollar competencias para la vida, y un largo etcétera donde, bajo la autoría de Schulman, Darling-Hammond y McBeath, uno observaba cómo el peso de la carga que se pone sobre los docentes crecía con cada palabra y cada diapositiva. No es que todo ello esté mal, sino simplemente que resultaba demasiado teórico, dadas las condiciones actuales del trabajo docente. Además, todo se presentaba desvinculado de la ideología que nutre algunos de estos principios.

Pero todo ello podría haberse discutido en el contexto del debate. El problema es que, tras más de una hora de exposiciones, no hubo espacio para preguntas ni contrapuntos. Solamente se ofreció una síntesis por parte del moderador, quien se manifestó conforme con el panel. Me quedé con varias preguntas guardadas.

Por ejemplo, en este contexto que exige tanto del profesor, ¿qué pasa con la calidad de las políticas educativas?, ¿quién exige a los gobiernos responder por la educación y les pide que sean menos contradictorios y cambiantes en sus políticas, para generar un poco menos de caos en el sistema?, ¿quién cuestiona la naturaleza vertical de la realización de políticas en Chile, donde se espera a la vez un profesor crítico y reflexivo, pero que acate el conocimiento proveniente del MINEDUC y de la investigación? Finalmente, en este contexto, ¿cómo se prepara al docente para que, más que de adaptarse al cambio, sea capaz de tener cierta estabilidad de perspectiva profesional, cierta identidad, pese a las demandas simultáneas y cambiantes del sistema? Al igual que yo, me imagino que muchos de los docentes que estaban en la audiencia se quedaron con muchas ideas, preguntas y puntos que quisieran haber discutido, pero debieron limitarse a aplaudir.

Dado que no hubo debate, hubiese sido interesante que la segunda sesión a la que asistí hubiera estado en combinación con la primera, ya que su tema se centraba en “Mejores condiciones de enseñanza: base de una reforma educacional”. Allí presentaron Rodrigo Cornejo, investigador del Observatorio Chileno de Políticas Educacionales, Patricia Guerrero, de la Universidad Cardenal Raúl Silva Henríquez y miembro de Alto al SIMCE, y Paulina Cartagena, dirigenta del Regional Metropolitano del Colegio de Profesores.

Aquí surgió el contraargumento a lo propuesto en la sesión de la mañana: una crítica al modelo neo-liberal y a la cultura del management, que ha transformado las escuelas en empresas y a los directores en gerentes encargados de gestionar resultados; la idea de pedagogía como técnica, desde una perspectiva funcional y utilitarista; el reemplazo de la comprensión compleja por la medición; el centro en la eficacia y la efectividad; el reino de ‘los expertos’; la sobrecarga laboral de los docentes, quienes trabajan con infraestructura insuficiente, carecen de recursos pedagógicos y didácticos, los que muchas veces que deben financiar ellos mismos, y se desempeñan en contextos sociales complejos y ambientes laborales adversos, donde hay prácticas anti-sindicales y acoso laboral.

En ese sentido, todo el peso que en la primera sesión se puso sobre los hombros del docente, podría haber sido problematizado si se hubiera presentado en contraste con estas condiciones y se hubiera evidenciado su contexto ideológico. Ello hubiese permitido, además, partir discutiendo primero de qué hablamos cuando hablamos de esta “nueva educación”, antes de referirnos a qué se necesita del docente en ese contexto. De lo contrario, se da por hecho un modelo con el que no todos estamos de acuerdo.

Pese a su naturaleza más crítica, esta segunda sesión tampoco contempló tiempo para debate e interrogantes. Solamente se volvieron a escuchar los aplausos y terminó la jornada del seminario. Una instancia de seminario se caracteriza, hasta donde yo entiendo, por un grupo de discusión y no por una serie de conferencias con una audiencia de la que solamente se espera pasividad. En ese sentido, pese a que se plantearon perspectivas relevantes y legítimas, creo que el evento reprodujo la estructura vertical de nuestro sistema, donde los expertos hablan y los docentes callan y acatan.

Ello, a su vez, refleja cómo se está llevando a cabo la actual ‘reforma’, en medio de la ausencia de un cuestionamiento de fondo (y no de forma) del modelo actual y de la falta de diálogo abierto y crítico entre todos los actores. Es ese el diálogo, esa la confrontación de perspectivas, que las universidades tenemos la responsabilidad de comenzar a generar.

Fuente: DEP